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Scarlett Rocha

EDITORIAL I













Scarlett Rocha, Diretora de Projetos na Mercado Filmes


Construir una identidad académica, prestigio y reconocimiento en el campo de la ciencia requiere décadas de duro trabajo, una producción intelectual sofisticada y cualificada y una amplia presencia internacional en las más diversas arenas del debate científico.


Además, las exigencias de la producción intelectual son siempre un campo minado de desafíos cuando se trata de compatibilizar las actividades de docencia e investigación, así como la presión constante de los programas de posgrado para mantener su alto nivel, especialmente en el ámbito de la producción intelectual.


La divulgación de la ciencia, así como la construcción de la reputación intelectual, siempre se ha dado en el contexto de eventos científicos, universidades, bibliografías de los más diversos tipos de producción intelectual, así como libros, artículos y conferencias en los diferentes circuitos académicos. La inclusión en estos espacios definía el potencial intelectual y la visibilidad para un público principalmente académico. En las humanidades y las ciencias sociales lo que reunía a las personas en torno a un nombre era, de hecho, la calidad del debate y de las ideas sobre el mundo, la sociedad, los grupos sociales y las más diversas interacciones y manifestaciones sociales, culturales y políticas, entre otras áreas del conocimiento. Este mundo incluye diversas perspectivas teóricas, entre otras cosas porque las opciones teóricas también son políticas.


Fuera de los espacios académicos orbitaban diferentes tipos de saberes, como los producidos por los movimientos sociales, las prácticas de educación popular, los más diversos grupos étnicos, religiosos, económicos y populares que se acercaban a las universidades, principalmente a través de la extensión universitaria, o incluso a través de políticas de afirmación generadas o demandadas por estos diversos grupos sociales.


Estos encuentros entre la academia y el mundo real han proporcionado grandes aprendizajes, derribado muros, creado diálogos y polifonías. Los movimientos sociales, en particular, acudían a las universidades en busca de cualificación, del mismo modo que los académicos aprendían estrategias de organización y reivindicación dentro de sus muros. Inmersa en todo ello se ha extendido la cultura del odio entre grupos sociales, situando en estos espacios fuertes enfrentamientos, intereses distintos a los científicos, al tiempo que se imponen nuevas agendas, la mayoría de ellas incompatibles con los requisitos de producción y experiencia académica que siempre han definido la cualificación de programas, centros de investigación, coordinadores de proyectos y organizaciones de la ciencia como grupos de investigación y estructuras científicas.


Estas cuestiones se extrapolaron a las redes sociales y todo se convirtió en motivo de reivindicaciones, descontento, acusaciones articuladas entre activistas, muchas veces sin pruebas y basadas en narrativas rápidamente difundidas entre sus miembros, en listas locales, nacionales e internacionales, destruyendo reputaciones, en una persecución en muchos casos inédita y muy difícil de enfrentar.


En las redes sociales las supuestas acusaciones no necesitan pruebas y se convierten rápidamente en "verdades".  No existe un proceso contradictorio ni derecho a la defensa.  La vigilancia es intensa y cualquier acción, discurso o incluso cualquier tipo de movimiento es rápidamente desacreditado, lo que conduce a cancelaciones y a la inmovilidad en aras de la propia defensa. Pocos resisten a las supuestas denuncias de algunos grupos radicales que muchas veces no representan la agenda de lucha de los diversos movimientos sociales, actuando en defensa de intereses individuales o de pequeños grupos.


 En este escenario se encuentra Boaventura de Sousa Santos, cuyo nombre lleva un año envuelto en denuncias de acoso por parte de un grupo de feministas en Portugal, con articulación internacional. Además, una de las principales "activistas", periodista de un periódico de derechas de Portugal, ha publicado repetidamente en su columna semanal supuestos análisis de supuestos crímenes cometidos por este intelectual, consolidando una narrativa difícil de rebatir.


Frente a esta situación, Boaventura pidió en primer lugar una excedencia en el Centro de Estudios Sociales (CES) de la Universidad de Coímbra, del que es director emérito y que creó en los años setenta. Pidió entonces que se tomaran medidas para crear una Comisión Independiente que investigara las denuncias en este importante Centro de Investigación sobre los casos de acoso que se le atribuían. Y al cabo de los meses esta Comisión Independiente, tras escuchar a investigadores e investigadoras, tanto nuevos (investigadores temporales) como antiguos (coordinadores permanentes de proyectos), concluyó que "aunque los hombres han permanecido más tiempo en los órganos de dirección, la mayoría de esos puestos han sido ocupados por mujeres". Esta realidad puede explicar por qué de las 14 personas denunciadas, nueve son mujeres, sin dar ningún nombre. Sin embargo, el grupo que pretendía criminalizar a Boaventura no aceptó las conclusiones del informe y publicó una "carta de denuncia" criminalizando únicamente a Boaventura y suplantando las conclusiones del informe de la Comisión Independiente, debido a la fuerza que tienen en la difusión de esta supuesta carta de denuncia.


Después de más de un año, en el que Boaventura permaneció en silencio a la espera de que el caso se esclareciera y cerrara, ya que creía que sería suficiente para demostrar la fragilidad de las acusaciones y que su vida se reanudara, lo que no ocurrió, Boaventura presentó una sólida acción, totalmente documentada, ante el Ministerio Público de Portugal contra esta prolongada persecución. Tras este acto, las feministas radicales de Portugal guardan silencio y ahora todo el mundo espera las investigaciones de la justicia portuguesa, sin más espacio para narrativas sin fundamento.


Todo este análisis y relato pretende mostrar lo vulnerable que se ha vuelto nuestra vida académica. Somos objeto de supuestas acusaciones por parte de cualquiera, independientemente de que seamos realmente "culpables" o "inocentes".  Estas denuncias suelen hacerse en medios sociales, en redes a las que no pertenecemos, y cuando nos enteramos, en la mayoría de los casos el daño ya está hecho a nuestra imagen personal o incluso institucional.


Al mismo tiempo que los jóvenes buscan programas de posgrado, aun conociendo sus responsabilidades, acusan a los programas y a los supervisores de las exigencias de producción y cumplimiento de plazos. Lo mismo ocurre con los investigadores de los centros de investigación que trabajan por proyectos. Por lo tanto, puedo afirmar que las estrategias de reivindicación de los movimientos sociales se han abierto paso definitivamente en el mundo académico, aunque a menudo con importantes distorsiones que se articulan y buscan la consecución de intereses personales, en detrimento de las aspiraciones colectivas.


Un ejemplo de ello es el caso de una disputa epistemológica entre dos estudiantes de máster de un programa de doctorado: un joven gay blanco y una joven negra. En esta disputa la joven negra insiste en criminalizar a su colega gay por el delito de racismo porque él, basándose en la teoría de Judith Butler, ha señalado incoherencias en la teoría de tres intelectuales negros. En este enfrentamiento en clase la joven se fue al extremo, mostrando toda su rabia ante esta situación, que tuvo una reacción algo menor, pero que creó una situación traumática tanto para el profesor como para la clase, incluso la alumna del máster implicó al Programa con un post muy distorsionado y controvertido en sus redes sociales. De este modo, vemos cada vez más que ni siquiera es necesario que las narrativas publicadas sean ciertas, basta con que tengan un buen número de seguidores y una carga de indignación sobre la propia historia de vida acumulada.


¿Cómo podemos hacer frente a esto? Vamos a tener que averiguarlo porque cada día las redes sociales potencian más y más las narrativas de los insatisfechos, de los que, siendo "de piel" como decía Zeca Baleiro, no soportan la contradicción, ven los hechos a través de lentes que superlativizan los hechos e imposibilitan el diálogo y los caminos del respeto y la convivencia razonable.


De este modo, los diversos problemas de relación y supuesta violencia dentro de una institución se reproducen inmediatamente en las redes sociales de forma distorsionada y articulada, y sin el tiempo necesario para la investigación institucional, que debería ser la primera instancia. De esta forma, se lanzan a las redes sociales sin ningún tratamiento ni investigación, actuando como vigilantes de cuestiones que tienen más que ver con intereses individuales o de pequeños grupos que con las reivindicaciones más amplias de los movimientos sociales.

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